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El oro de Moctezuma, el último tlatoani de los mexicas, ha sido un misterio durante siglos. A su llegada a Tenochtitlan, Hernán Cortés esperaba encontrar un gran tesoro, pero en realidad solo encontró algunas joyas en palacios y templos. Con el objetivo de llevar un gran botín a los reyes de España, Cortés decidió fundir estas joyas en lingotes de oro. Sin embargo, la mayor parte de este tesoro desapareció misteriosamente, y se cree que Cortés lo lanzó a una laguna durante su huida de Tenochtitlan en 1520.
El 31 de marzo de 1981, durante las excavaciones para un proyecto de construcción cerca de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, se descubrió una pequeña barra de oro a más de 4 metros de profundidad. Los arqueólogos que analizaron la barra creyeron desde el principio que podría ser una de las barras de oro fundidas por Cortés a partir de las joyas de Moctezuma.
Desde el descubrimiento de la barra de oro, se realizaron varios análisis para confirmar su origen. El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) de México realizó un estudio de rayos X fluorescentes que determinó que la barra se fundió entre 1519 y 1520, coincidiendo con el periodo en que Cortés recolectó y fundió el oro. Además, la descripción de la barra coincide con las descripciones de las barras de oro hechas por Bernal Díaz del Castillo, un soldado que acompañó a Cortés en su conquista.
El descubrimiento y la autenticación de la barra de oro han arrojado nueva luz sobre la historia de la conquista de México. Aunque la mayor parte del tesoro de Moctezuma sigue desaparecido, la barra de oro ofrece un vínculo tangible con el pasado y una visión de la riqueza que una vez existió en Tenochtitlan. El oro de Moctezuma, y su desaparición, sigue siendo un símbolo de la destrucción de una civilización y la codicia de los conquistadores.