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Críticas de cine: MISTERIO EN SAINT- TROPEZ

Este sucedáneo de La pantera rosa (1963) a la francesa se salda con un resultado irregular y demasiado grotesco; solo compensan algunos momentos hilarantes construidos con recursos clásicos. Desde luego, Nicolas Benamou (A fondoSe nos fue de las manos) no es Blake Edwards, ni el voluntarioso Chritian Clavier, también coguionista, alcanza el talento interpretativo de Peter Sellers. Su personaje patoso termina constituyendo la única baza humorística del film, desaprovechando el potencial de sus acompañantes que se prestaban a dar mayor rendimiento.

La acción se sitúa en agosto de 1970; el millonario matrimonio Tranchant reúne en una magnífica villa de Saint-Tropez a los amigos más cercanos, muchos de ellos vinculados al cine. Cuando Claude se percata de que alguien ha manipulado el coche de su esposa con intenciones letales, telefonea al ministro Chirac. Siguiendo sus instrucciones, el director general de la Policía se ve obligado a enviar al incompetente inspector que se ha quedado de guardia: el arrogante Jean Boullin, quien convertirá las vacaciones de los invitados en la peor pesadilla imaginable.

Los compases iniciales ya dejan entrever cual va a ser el eje cómico de la película, al encadenar distintos despropósitos del protagonista con desigual acierto. En estos pasajes abusa de los gags escatológicos carentes de gracia.

Asentada la trama en el escenario principal, se agradece la participación del nutrido elenco de secundarios que proporcionan agilidad a su desarrollo, aproximando la intriga a una de sus referencias evidentes: las novelas de Agatha Christie, a las cuales caricaturiza, comenzando por el detective, y donde los crímenes frustrados se suceden sin perder nunca el carácter de meros pretextos para enlazar patochadas de diversa índole. El desenlace responde a lo previsible, aunque el epílogo resulta innecesario y desangelado.

Cuanto menos, el marco en que se desarrolla confiere cierta frescura al relato, cuyas imágenes se benefician de una realización técnica muy correcta. Además, llama la atención la selección de atractivos deportivos de lujo de aquellos años que desfilan ante las cámaras.

Del resto del reparto sobresalen el actor belga Benoît Poelvoorde, sobradamente contrastado en estos registros, el veterano Thierry Lhermitte, en un papel curioso y bien resuelto y Jérôme Commandeur (Barbacoa de amigos), ejerciendo de esmerado e histriónico chef; mientras Gérard Depardieu participa en varias secuencias con una discreta aportación y Rossy de Palma pasa sin pena ni gloria en tan olvidable estreno.