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El interés por el retrato escalofriante de los maquiavélicos servicios secretos de la extinta RDA se impone a la sobriedad que presenta el film. Opta por adaptar con honestidad los hechos reales en que se basa, evitando artificios y efectismos impactantes, incluso en sus pasajes truculentos. Ni siquiera busca la plena empatía del público con el protagonista, a pesar de que el título en castellano (distinto del original), parece invitar a ello. Con todo mantiene la tensión, y los apartados de mayor dramatismo reflejan una crudeza insensible que estremece.
El científico Franz Walter (trasunto de Werner Teske) sueña con casarse y ejercer de catedrático universitario reemplazando a la titular de su departamento, que se jubilará en breve. Entre tanto es obligado a trabajar para la Stasi. La primera misión que le encomiendan consiste en averiguar los puntos débiles de un famoso futbolista evadido y a quien ha fichado el Hamburgo, S. V. (Alemania Federal). Sin apenas formación, pronto se percatará de los métodos crueles que debe aplicar, lo cual le causará serios dilemas y problemas de conciencia.
La historia se desarrolla en dos tiempos de forma paralela: el del juicio al agente, acusado de traición, y sus recuerdos sobre los acontecimientos que le han llevado al banquillo. Ese desdoblamiento narrativo evidencia que no pretende sorprender al espectador con giros imprevistos como suele ser habitual en estos terrenos. Solo en los últimos instantes surgen algunos detalles inesperados por su dureza.
Traza de manera asumible los sucesivos encargos que recibe el novel espía con ánimo de anularle la personalidad y encajarlo sin estridencias en la despiadada maquinaria estatal, lo que encorajina casi sin proponérselo. Los compases finales, que en el fondo se intuyen desde el principio, adquieren un cariz desgarrador al terminar de desplegar el elenco de recursos coercitivos utilizados por sus compañeros.
Resulta perceptible la contribución de las localizaciones a la intención de transmitir los ambientes gélidos, disciplinados y acordes con las ideas comunistas que imperaban en el inquisitivo órgano de inteligencia. Por eso, muchas secuencias se rodaron en los edificios que albergaron sus oficinas. Al notable diseño de producción se une, en esa misma línea, la dirección de fotografía, que eleva las cotas de frialdad visual.
Lars Eidinger (El profesor de persa) se ajusta al tono imperante en la película y sin generar una especial simpatía, logra que comprendamos su frustración. Recrea brillantemente el proceso de descomposición interior a que se ve sometido.